miércoles, 22 de enero de 2014

Synentropya idiomática I

Cuando niño, a través de la formación de mi familia y la escuela me inculcaron un gran respeto por el lenguaje (las letras, las palabras, las frases, los párrafos...), lógicamente por nuestro contexto en idioma Español o Castellano. En esa formación un instrumento indispensable era el diccionario y el primer recuerdo que tengo es el diccionario Aristos, de la editorial Sopena, originaria de España. Cualquier duda que se tuviera sobre una palabra, frase, signo de puntuación, ortografía y en general cualquier duda sobre el lenguaje se resolvía primero en el diccionario Aristos, era la fuente primaria antes que cualquier otro libro. El diccionario Aristos aún existe, hay nuevas ediciones y versiones mixtas entre papel y digital. También está dentro de mis recuerdos el Pequeño Larousse Ilustrado, aunque físicamente nunca lo tuve en casa, lo prestaba y, para efectos de resolver dudas, siempre preferí el diccionario Aristos.


Hoy gracias a los avances de la tecnología disponemos en Internet de muchos diccionarios, con referencias a las fuentes e incluso notas históricas. Por ser la autoridad de los hispanohablantes el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (DRAE) es, probablemente, el más consultado en el mundo virtual (yo suelo consultarlo). Aunque hoy es mucho más sencillo que antes disponer de un buen diccionario para aclarar dudas sobre el lenguaje, desafortunádamente, la buena costumbre de usarlo se viene perdiendo y es muy común encontrar errores idiomáticos, algunos muy elementales y otros más complejos. En el contexto colombiano existen propuestas interesantes que procuran reducir esta situación, como por ejemplo "El profesor Super O", los libros y columnas de prensa de Soledad Moliner y Fernando Ávila y una amplia lista de blogs a los cuales me quiero sumar desde Synentropya, para reducir la entropía idiomática.

Hoy comienzo con un caso muy particular de una larga lista de faltas idiomáticas, por eso enumero esta entrada como la primera parte "I" y con el paso del tiempo publicaré otras, según mis vivencias, recuerdos y, posiblemente, interéses...

Guión bajo o raya al piso " _ " y guión medio "- "

La popularidad del correo electrónico y las redes sociales ha comenzado a cambiar la frecuencia de uso de algunos símbolos, particularmente "@", "-" y "_", que antes eran muy poco vistos en textos escritos y mucho menos oídos en la oralidad cotidiana. ¿Cómo se leen correctamente estos símbolos?, ¿cómo los leyó usted en la frase anterior? Para el primer símbolo no hay inconveniente, por eso no aparece en el subtítulo, la gran mayoría de las personas lo nombra correctamente, "arroba". Los dos otros dos símbolos tienen nombres muy sencillos y muy antiguos, son el "subrayado" y el "guión", pero coloquialmente muchos los llaman "guión bajo o raya al piso" y "guión medio". Quienes tuvieron la oportunidad de asistir a clases de mecanografía y escribir en una máquina de escribir mecánica antes que en una digital o un computador recordarán la manera como se subrayaba un texto, es decir la manera como se escribía el caracter subrayado... y me tendrán que disculpar los promotores y adeptos de Wikipedia...

Después de escribir esta entrada segúramente habrá críticas de algunos y actos de contricción de otros, pero conviene mantener el nombre de las cosas en lugar de cambiarlo con el argumento del desconocimiento, el cual podría aceptarse en casos como el "circunflejo ^ ", pero no para el "subrayado _" y el "guión -"...

lunes, 20 de enero de 2014

Recuerdos y Olvidos de Aquel Viejo Cuaderno I


"Más recuerdos tengo yo sólo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo", dice Borges en su cuento Funes el Memorioso (Borges 1944), quizá refiriéndose así mismo y ojalá para consuelo de muchos que nos aferramos al pasado, ejercitando la memoria, evadiendo el olvido. Quizá los recuerdos sean lo único seguro en la vida, pero la idea de la muerte nos lleva a pensar y, a veces, a creer que lo único seguro es el olvido, ese olvido "cruel e irrevocable" de la muerte, como lo dice Melquidades en el tercer capítulo de Cien años de soledad (GABO 1967), ese "olvido que seremos", como en el libro de Hector Abad Faciolince. Ante ese olvido sólo quedan los recuerdos y, bueno o malo, comienzo a creer que he vivido persiguiéndolos, a contracorriente de la cultura de un país que persigue el olvido. Por eso nació este blog, por eso esta cuarta entrada, para perseguir algunos recuerdos que con el paso del tiempo se alejan con mayor rapidez...

Aquel viejo cuaderno

Recuerdo con claridad que fué hace 25 años (1989) cuando mi mamá nos regaló a mi hermano mellizo y a mí un cuaderno de dibujo. En la portada del cuaderno se apreciaba, en la parte superior izquierda, la imagen de un indígena Apache y, en la parte superior derecha, un paisaje de mar, barco, palmeras y aves. En medio de los dos dibujos un título "CARIBE"  y un subtítulo indicando el uso que debería darse al cuaderno: "PARA DIBUJAR". El cuaderno era venezolano, como se puede inferir del aviso en la parte inferior derecha: "PVP Bs 325" (PVP = Precio de Venta al Público) . Busqué en Internet sobre ese cuaderno y, entre las muchas publicaciones, aparece un sitio que recopila recuerdos de la niñez venezolana (http://www.cuandoerachamo.com/cuaderno-caribe-para-dibujar-de-los-anos-70-y-80) con una versión más antigua del cuaderno. Mi hermano publicó algunos años atrás, en su perfil de la red social Facebook, la imagen de ese cuaderno, pues él aún lo conserva. Tomé prestada esa imagen de mi hermano y la pongo a continuación para que puedan verlo y, quizá, recordar.
Aquel viejo cuaderno
(Debo aclarar que no soy venezonalo, soy colombiano, pero, ¿importa acaso la nacionalidad?, ¿acaso hoy en día no somos ciudadanos digitales, de la gran aldea global?. Por ahora no pretendo responder estas preguntas, tampoco voy a explicar por qué la aclaración, por ahora el tema son los recuerdos.)

Yo jamás fui hábil en "artística", como se llamaba la asignatura que en esa época pretendía "enseñar" arte y que ayudaba a depertar o avivar el interés por el dibujo, la música, las danzas o el teatro. Me iba mejor con las letras y los números, aunque mi caligrafía era horrorosa, quizá por los mismos males de la artística. Mi hermano mellizo era todo lo contrario, ese viejo cuaderno que conserva está lleno de dibujos que él mismo llamó "mis primeros trazos" (pongo abajo una muestra).
Aún recuerdo las peleas de niño con mi hermano, yo pidiéndole ayuda con los dibujos y él con las tareas de matemáticas y de redacción. Pero la falta de habilidad en artística no era falta de sensibilidad, la cual desarrollé a través de la poesía, de la copla y la admiración por la música, las danzas y el teatro, así como una profunda admiración por el don creativo de dibujante que mantuvo mi hermano...
Un dibujo de aquel viejo cuaderno

Esta imagen corresponde a un fragmento de Platero y Yo, tomada de uno de los muchos libros a los que nos acostumbraron mantener a la mano...     

En mi caso aquel viejo cuaderno, que decía "PARA DIBUJAR", terminó lleno de transcripciones de frases, poemas, coplas y toda clase de textos que me interesaban, además de los textos que yo mismo escribía y los garabatos que suelo hacer y que aún no logro descifrar. De dibujos sólo recuerdo que hubo un caballo blanco que difícilmente calqué y un pájaro que le pedí a mi hermano dibujar y colorear. Los siguientes años aparecieron los libros con ejercicios de dibujo predefinidos, para colorear o completar con puntos y líneas, quizá se dieron cuenta que no es tarea fácil enfrentarse a un papel en blanco. Yo seguí intentando dibujar pero mis intereses ya estaban bien definidos, eran las letras y fluían mejor que los colores.

Con el tiempo mi cuaderno se perdió entre los muchos trastéos (mudanzas), así que tuve uno nuevo, que también se perdió. Luego tuve otro, que le presté a mi profesora de quinto primaria y jamás me devolvió. Esa fue una pérdida lamentable, pues la producción de rimas y cuentos de aquellos días estaba libre de cualquier juicio de mi parte sobre realidades de la vida que se ignoran en la niñez. Cuando ingresé al colegio tenía un par de cuadernos, uno ordenado y con buena caligrafía y otro con garabatos que sólo yo entendía y que, de vez en cuando, transcribía al primero. En segundo bachillerato mi profesor de Español y Literatura (Paulo Emilio Carrillo Suarez) me recomendó, para lo que llamaban "Feria de la Creatividad", presentar un libro con la recopilación de las coplas y poesías que tenía escritas. Lo hice y llegué a participar en el evento municipal, donde me dieron un diploma con mención de trabajo meritorio. Un par de años después comprendí que el diploma buscaba estimularme, lo cual, creo, consiguieron, pues "todavía soñamos, todavía esperamos". Pongo a continuación algunas fotografías que recuerdan mi primitiva e ingenua producción literaria y prometo próximamente publicar en una o varias entradas parte de su contenido...
Primera recopilación coplas y poesías 7 gradoPrimera recopilación, para feria municipal
 
Diploma Mención Meritoria Feria Creatividad

La experiencia de la "Feria de la Creatividad" y la casualidad de las clases de mecanografía en el colegio me llevaron a dejar los manuscritos y a comenzar a usar la máquina de escribir. Me encantaba el sonido de las teclas, del rodillo al cambiar de papel y del carro al iniciar una nueva línea, aunque creo que más me cautivaba el sonido de arrugar la hoja al equivocarme o disgutarme lo que escribía y desarrugarla para volver a comenzar. Pero, para fortuna o castigo, en el colegio era fundamental la calificación del cuaderno de apuntes, así que estuve obligado a mantener una caligrafía aceptable, por lo menos entendible, para lo cual siempre conservaba un cuaderno de manuscritos, una costumbre que mantuve incluso en la universidad, hasta un par de años después de comprar computador. A continuación una fotografía del último cuaderno y otras reliquias que conservo con la promesa de transcribirlas a este mundo virtual...
Aquel viejo cuaderno - portadaAquel viejo cuaderno - hojas en blanco y hoja seca
 
Viejos manuscritos de mi papá

En Internet se ha difundido bastante una imagen de ese histórico cuaderno, pero la mía aparece acompañada del calendario de este año para demostrar que aún lo conservo, así como también conservo cinco cuadernos manuscritos de mi papá, todos ellos llenos de recuerdos y de olvidos, mis entropías y sinergias, mi Synentropya...

viernes, 17 de enero de 2014

Lo viejo es oro: Breve evolución del álbum de chocolatinas JET

Durante mis estudios de Maestría en Ingeniería de Sistemas y Computación en la Universidad Nacional de Colombia tuve la oportunidad de leer el artículo "¿Lo viejo es oro? El valor de la exploración temporal en la creación de nuevo conocimiento" (Nerkar, A. (2003). Old Is Gold? The Value of Temporal Exploration in the Creation of New Knowledge. Management Science, 49(2), 211–229) que revisa modelos para comprender y estudiar la manera como se crea y evoluciona el conocimiento. Entre otras ideas, el artículo plantea que los nuevos conocimientos resultan de la evolución y combinación de conocimientos previos, es decir, los recuerdos, lo viejo, pueden resultar útiles para la ciencia y la innovación. Posiblemente por eso cada vez que reviso mis recuerdos trato de almacenarlos, procesarlos y conservarlos, cual computadora humana ¿o humano computarizado?.

Dentro de los muchos recuerdos está el antiguo pero aún popular álbum de Chocolatinas Jet, el cual, de acuerdo a un estudio de Jorge Eduardo Mejía data del año 1967. El álbum que conocen las actuales generaciones es muy diferente al que yo conocí, pero afortunádamente algunos conservamos esa historia, tanto en nuestra memoria (y alma) de Funes como en el cúmulo de cosas que guardamos, aún después de los trasteos (mudanzas), remodelaciones y jornadas de limpieza hogareñas. Antes de avanzar en esta entrada, que será más corta en texto y algo más prolija en imágenes, miren una fotografía con los cinco álbumes que han circulado en los últimos treinta años.
La primera versión, que nació en 1967, se llamaba "Historia Natural" y tuvo dos ediciones. La primera edición, de la desaparecida Editorial Bruguera, estuvo vigente hasta la novena década del siglo pasado y fue la primera que conocí y de la que llegamos a tener (mi hermano mellizo y yo) varias copias, gracias a nuestro primo Reyes Helizander Flores Vera que un día cualquiera llegó a nuestra casa y nos propuso el negocio de cambiar nuestro álbum casi lleno (dos o tres láminas faltantes) por cuatro álbumes medio llenos. El primer álbum que tuvimos fue en el año 1987, en Chinácota (Norte de Santander - Colombia), cambiado en el carro repartidor de la Compañía Nacional de Chocolates por cincuenta envolturas de chocolatinas. Recuerdo que el carro iba al pueblo en pocas ocasiones, quizá una vez al mes, y la tarde en que lo reclamamos tuvimos que correr persiguiendo el carro por medio pueblo, con el frío y la presión atmosférica de aquellos tiempos, pues "los climas han cambiado". La segunda edición fue de Cisnecolor, pero ambas ediciones tuvieron la misma portada y ambas fueron de 508 cromos o láminas, que no eran autoadhesivas sino que se pegaban con (el pegante) Colbón o con almidón preparado a partir de yuca. La portada de esa primera versión siempre me ha gustado, en particular la familia de simios que aparece en la parte izquierda. El contenido era muy educativo y con excelentes ilustraciones organizadas en cuatro secciones: Geología, Zoología, Botánica y Astronomía, siendo la seción de Zoología la más extensa, con casi todos los géneros animales.
La segunda y tercera versión se llamaron "El mundo de los animales" y "El mundo de los animales Prehistóricos y en peligro de extinción", álbumes más modernos, con láminas autoadhesivas y colores más cercanos al mundo tecnológico actual. Aunque en casa de mi mamá y mi hermana aún se conservan, no tienen muchas láminas, prueba de que se redujo el consumo de chocolates.

La cuarta y actual versión se llama "Planeta Sorprendente" y se puede tener virtual o real. Espero poder llenar completo ese álbum, ahora que aún puedo comer chocolatinas.
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Con el auge de las aplicaciones para dispositivos móviles (las apps), se me ocurrió que alguien podría desarrollar una aplicación capaz de leer el código de la lámina que viene con cada chocolatina y automáticamente ir llenando el álbum virtual, además de publicar en las redes sociales que desee, para compartir la emoción del sabor y del saber, como el eslogan de chocolatinas JET. Imagino que un tuit, diciendo que acaba de pegar una lámina, es algo parecido a salir a la puerta de la casa en el pueblo y gritarle al vecino de la otra esquina "me salió la chinchilla", sólo que el amigo ya no está en la otra esquina...