Errare humanum est, lo importante es reconocer y corregir el error y evitar que se vuelva a repetir. Pero se ha vuelto costumbre lo contrario: repetir los errores por siempre, sin jamás reconocerlos ni corregirlos y castigando a quien se arriesga a recordar esa incómoda verdad.
Entonces, si quien hace el mal o se equivoca es 
poderoso o es amigo de poderosos, pasa a ser la víctima. Y quien denuncia 
pasa a ser el verdugo, un enemigo para silenciar y aniquilar.
Por
 ese camino pasan por encima de principios, normas y de las personas sin
 poder o de las que no abusan del poder ni de sus amigos con poder. Sin
 pudor pisotean todo bajo el pretexto de que priman las personas y las 
instituciones. Pero priman solo ellos y su visión de institución.
Y
 cuando llegan las consecuencias de su incompetencia, negligencia, 
maldad y soberbia piden la solidaridad, porque la confunden con 
complicidad. Incluso culpan a los demás de sus errores, culpan de falta de solidaridad a quienes deciden no ser sus cómplices.
 
Y cuando alguien se atreve a decir las cosas, exigen respeto, porque lo confunden con el miedo. Confunden el respeto con quedarse callados ante el error, porque prefieren un comité de aplausos y una obediencia ciega ante su autoritarismo.
Y
 llegan al extremo de recriminar, echar en cara lo que han hecho 
correcto o bueno, porque confunden la gratitud con deudas por pagar, 
como si eso que es bueno y correcto no fuese su deber sino una dádiva o 
limosna.
 
De esta manera logran 
perpetuarse en el poder: manipulan la democracia con la complicidad de 
unos, con el miedo de otros y cobrando sus deberes como deudas. Y
 para callar a quienes insisten sin cansancio en transformar esa 
perversa realidad solo les queda la violencia, física o simbólica.
Lo
 peor y más triste es que algunos intentan hacer pequeños cambios a la 
sombra de ese oscuro sistema, bajo la ilusión de que el tiempo hará lo 
suyo. Pero el tiempo 
lleva mucho tiempo hablando y mostrando que no es así. Que esos pequeños
 intentos son inútiles y legitiman esa perversa realidad.
Está
 bien seguir con esos pequeños intentos, pero sin complicidad, sin miedo
 y sin pagar deudas y favores por aquello que debe hacerse. Y si decir las verdades incómodas implica obstáculos para esos pequeños intentos, hay que asumirlos siempre con fortaleza y jamás renunciar.
Dice
 una canción que "dentro de un siglo seremos esa historia de colegio que
 aburre a los niños porque ya pasó". Entonces solo nos queda insistir.
Ojalá
 que nuestra eternidad sea mantener vivo todo eso que algunos matan a 
diario persiguiendo su gloria individual. Como dice la copla "lo que se 
pierde de gloria se gana de eternidad"...