"Un gitano corpulento, de barba montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de Melquíades" (Cien Años de Soledad, Gabo)
Fue el miércoles diecinueve (19) de septiembre de 2018, en Cartagena, en el Claustro La Merced. Era el evento anual de la Asociación Colombiana de Facultades de Ingeniería (ACOFI). Lo recuerdo muy bien, como si fuese ayer (aunque hoy es lunes). Recuerdo que, aunque llevaba mi celular, no quise tomarme una fotografía y, aunque había planeado llevar un libro para pedirle un autógrafo, dejé el libro en el hotel. En cambio, ese día me quedé con el recuerdo de su fuerte apretón de manos y de su voz diciéndome "¡muchas gracias, qué alegría y qué honor. Necesitamos más ingenieros humanistas y amantes de las letras, gracias!".
Fueron pocos minutos con él, dos o trés, quizás sólo un minuto. Pues siempre estuvo acompañado de los organizadores del evento y justo antes de iniciar el conservatorio surgió ese pequeño instante que aproveché para hablarle. Le dije que yo era de Chinácota, ese pueblo mágico que él conoció en el año 1984 (34 años atrás) y del cual escribió una columna titulada "La trampa de la nostalgia". Le conté que crecí oyéndolo por radio y que su voz me traía muchos recuerdos de mi niñez. Y le dije que su libro "La Muerte de Bolatriste" me gustaba mucho, en especial ese pasaje sobre el tiempo y los recuerdos:
"...El tiempo no pasa. Pasan los recuerdos... Después los recuerdos se vuelven mustios y por eso huelen a flor de cementerio. Se pudren uno por uno al paso de los años, con la salvedad de mis propios recuerdos, que siguen vivos, palpitan y muerden... El tiempo no existe. El tiempo es solo el hueco vacío que queda entre un recuerdo y el siguiente..."
Después comenzó el evento. Y todos escuchamos atentos muchas historias reales que inspiraron canciones y obras literarias, leyendas y mitos, tradición cultural colombiana transmitida por generaciones mediante lenguaje hablado y que luego los maestros de la literatura eternizaron en sus letras. Y todos los que escuchábamos éramos ingenieros y ese solo hecho ya era realismo mágico:
Por algún motivo ese día se me metió en la cabeza la idea de que Juan Antonio Gossaín Abdallah era Melquíades. Y prometí que escribiría algunas palabras sobre las consecuencias de conocerlo. Quizás las mismas consecuencias que narra Gabo respecto a José Arcadio Buendía: ese afán por evolucionar, esa ansiedad por cambiar las cosas, por evitar que el tiempo pase y no pase nada, por evitar que nos congelemos como estatuas. Como aparece en un fragmento de Cien Años de Soledad:
«En el mundo están ocurriendo cosas increíbles -le decía a Úrsula-. Ahí mismo, al otro lado del río, hay toda clase de aparatos mágicos, mientras nosotros seguimos viviendo como los burros.»
¿Será que la synergya para esta entropya es seguir viviendo como burros o será que es fundamental no rendirse e insistir en cambiar? Por ahora conviene releer a Cien Años de Soledad, para recordar que José Arcadio Buendía insistió en sus ideas, fundó Macondo y allí logró grandes transformaciones. Y para recordar que Melquíades "...repudiado por su tribu, desprovisto de toda facultad sobrenatural como castigo por su fidelidad a la vida, decidió refugiarse en aquel rincón del mundo todavía no descubierto por la muerte..."
Creo que ahí está la synentropya, en la "fidelidad a la vida" y la vida es cambio permanente. En cambio la muerte es la necedad de mantenerse quieto, de quedarse callado, de no hacer nada, de que pase lo mismo de siempre...