Escribir siempre será más difícil que leer y leer siempre será más placentero. Muchos podrán contrariarme y dirán que es al revés o que no es posible la comparación. Es una eterna dicotomía que se intenta resolver con
la metáfora de la respiración. Lástima que los avatares de la vida tienen reservado el oficio de escribir a unas pocas personas y las demás debemos conformarnos con garabatear un poco o teclear, en estos tiempos de computación.
En ese ejercicio de leer y escribir, hoy quiero registrar en esta bitácora mi lectura de una novela dramática sobre un escritor y profesor, cuya autora es una escritora y profesora. Y mi lectura será la de un intento de profesor y escritor. Se trata de "Para otros es el cielo" de
Piedad Bonnett.
No pretendo hacer una reseña. No solo porque ha sido uno de los libros más difíciles para mi, sino porque pienso que sería injusto y hasta imposible reseñarlo. Como en libros anteriores, dejé en redes sociales algunos fragmentos, los cuales copio a continuación.
"...No entendía la extraña manía de esta época, que no puede vivir sin un ruido de fondo. Un ruido de fondo, repitió mentalmente. Ya nuestro pensamiento es un horrible ruido de fondo, pensó. Siempre estamos oyéndonos a nosotros mismos, como si dentro de nuestros cerebros tuviéramos un eterno radio encendido. Nosotros opinando sobre nosotros mismos, sobre todo lo que vemos y oímos, sobre lo que alguna vez leímos o nos contaron. Es tal vez para matar esa voz interior, tan perturbadora, que la gente sintoniza a esos tontos comentaristas, o pone vallenatos, o enciende mecánicamente el televisor cuando llega a su casa..."
Me cuento entre quienes llega a casa y enciende la TV o pone música, incluso leo, escribo y estudio con música. Es una costumbre aprendida, a lo mejor crecí en medio del ruido, a lo mejor el ruido es mi silencio o le temo al silencio...
"...El infierno, pensaba Alvar, no debe ser otra cosa que la suma incontable de minúsculos hechos que nos violentan sin sentido mientras la cordura nos dice que debemos ser tolerantes y no exteriorizar nuestro disgusto..."
En ese caso, el agravante del infierno seguro es no poder tolerar ni exterioriza el disgusto...
"...Quizá sea un error construir una existencia sobre el poder de la voluntad, no lo sé, ya es tarde para saberlo, había escrito Alvar. Con la voluntad, en todo caso, se había abierto paso desde muy pronto en un mundo insoportable, creyendo en su fuerza todopoderosa, y arrostrando muchas veces sentimientos tormentosos y dolor, de modo que con toda conciencia había ido construyendo el vacío, a cuya luminosidad hoy se entregaba de la manera más humilde, con la certidumbre sin alardes del vencido..."
A veces nos empeñamos en hacer nuestra bendita voluntad y convertimos los sueños en pesadillas...
"...Ahora, por supuesto, después de tantos años y sobre todo de golpe que había recibido de Ramón, ya no quedaban restos de ese cariño entrañable, pues casi ningún amor o amistad resiste los embates del tiempo, pensaba Alvar. Se deja ver a la madre o al padre o a la esposa o al amigo del alma, y el cariño va dando paso tan sólo al recuerdo del cariño, que brilla en la memoria como un resplandor moribundo que nos confirma que podríamos vivir solos, sin querer y sin ser queridos..."
El cariño y el amor que se mueren con el tiempo y como los muertos solo queda un recuerdo abstracto y una tumba fría y solitaria, tan solitaria como nosotros...
"...Sólo es feliz quien ha perdido toda esperanza, porque la esperanza es la mayor tortura que existe y la desesperanza la mayor dicha, citaba a Zambrano, contó Alvar, y su gota de veneno había calado en su corazón, haciéndolo desde entonces resistente a los vientos y a los fuegos.
Durante años enteros leí todo lo que tuve a mano, de manera indiscriminada y voraz, como un adicto, escribió Alvar, pero con el tiempo he comprendido que para cada hombre existe un repertorio de unos pocos libros que le son suficientes, y ahora leo y releo las mismas cosas, mezcladas con una que otra novedad. Una forma de volverse viejo, quizá, más llevadera que muchas otras. Durante años incansables, reiteraba, leí todo lo que mi curiosidad me pedía, con avidez y rigor, y hoy, sin embargo, me siento irremediablemente, atrozmente vacío..."
Sin palabras, vacío...
"...Había citado a Weininger siguiendo esa aséptica costumbre de la academia que siempre puso en práctica, aunque finalmente había llegado a despreciar: la de rendir veneración a las palabras de otros, como si finalmente el tiempo no hiciera irrelevante quién dice esto o lo otro, como si no fuera verdad aquello del autor único; y mientras las escribía no pudo dejar de pensar en que el propio Weininger no era ya nada, como también nada sería él mañana, sólo un montón de polvo, de huesos que se deshacen, y en el caso de Weininger un dato enciclopédico, un ser del pasado que cobra vida en nuestras mentes por unos minutos para voler enseguida a su nada eterna.
Soy un repugnante filósofo de bolsillo, un trascendental irremediable, había pensado Alvar después de escribir aquellas palabras, apresurándose a borrarlas, como si un pudor estético lo agobiara hasta enrojecer..."
Esa idea de las citaciones y las referencias, de esconder nuestros pensamientos y nuestras palabras en las palabras de terceros, de tratar las palabras como el ADN, un ADN cultural y abstracto...
"...Aquella vez habían terminado tomando tinto en una de las desapacibles cafeterías de la facultad de Ciencias, y Marcel, sin mayores énfasis, le había dicho a Alvar que apreciaba mucho su librito sobre la miarda, <un libro humilde y certero>, dijo. La universidad estaba en decadencia, no había duda, había proseguido aquella vez, y a eso habían contribuido todos esos gobernantes neoliberales enemigos de la cultura. Y era, también, por supuesto, territorio de vanidades y de envidias, pues los académicos suelen ser personas conflictivas, con poco contacto con la realidad. Pero si uno iba a ser explotado por un patrón, y por desgracia a él le tocaba serlo todavía por unos años, hasta su jubilación, era preferible que ese patrón fuera la universidad, más respetuoso y menos mezquino que casi todos los patrones..."
La Academia, la Universidad, el ethos (ó ego?) académico, la realidad que se esconde detrás de esa imagen de gran institución y grandes personas, la gran mentira que a veces queremos cambiar y que luego caemos en cuenta que es imposible cambiar, porque la decostrucción no funciona, porque hay que destruir y construir de nuevo y la destrucción es contraria a los principios...
"...Durante años Marcel había querido convencer a Alvar de que dejara la universidad: mientras estuviera allí, decía, mientras tuviera que asistir a las tediosas reuniones profesorales, y enterrar en sus horas en el inútil ejercicio de la corrección, no podría hacer lo que de verdad estaba obligado a hacer, que era escribir y publicar sus ensayos, cuyos temas conocía bien por haberlos discutido de vez en cuando en aquellos encuentros amistosos. Alvar lo oía silencioso. No se atrevía a contestarle -porque quizá para él mismo eso no estuviera claro- que permanecía en la universidad por física cobardía, por vanidad y deseo de juventud, porque la mirada de sus alumnos, como tantas otras, era la que le daba existencia, pero sobre todo porque allí, frente a sus estudiantes, se encendía la última chispita de fe que albergaba su corazón, debilitado desde hacía tanto por un corrosivo escepticismo que lo había vuelto poroso y blando como una esponja..."
De nuevo la Universidad y sus contradicciones y lugares comunes...
"...él le pidió que no hablara, poniéndole la mano en los labios. La dueña lo acompañó entonces hasta la puerta, le dio un pequeño beso de despedida, y le dijo al oído:
--Necesito una palabra.
En cuestión de un instante, Alvar entendió lo que no había entendido bien en las últimas semanas: estaba harto de las palabras. Eso había sido su vida: un trajinar con las palabras, buscando la precisa, la verdadera, la más hermosas y significativas. Ellas habían terminado por invadirlo, por sofocarlo, por hastiarlo, por suplantarlo. Las palabras lo habían traicionado y él a las palabras. Sus últimos días, en medio de su cacareo, lo que había estado tratando de hacer era volver al silencio.
Le dio a la mujer un beso superficial en la frente, se dio la vuelta y abrió su carro. La luna se había ocultado detrás de las nubes y sólo se oía el croar de las ranas..."
Y la víspera del final de Alvar, en quien me vi retratado en varias partes del libro, retrato del que quisiera poder alejarme...