El primer día del año suele dividirse en tres partes:
Una primera parte pequeñita, la madrugada, con abrazos, brindis, comida, mensajes y llamadas, fiesta, risas y llanto, anhelos, sueños, promesas, propósitos y hasta agüeros. Esa primera parte finaliza durmiendo un poco para enfrentar el resto de día. Siempre se duerme, así sea medio ebrio en una silla...
Una segunda parte consiste en atender visitas, compartir el almuerzo especial, usualmente asado o sancocho, conversar con menos volúmen en la música y eventualmente se sigue bebiendo, ahora menos. Esa segunda parte del día empieza a terminar al atardecer, cuando las visitas se marchan. Quienes fueron anfitriones se quedan solos, quienes visitaron regresan de nuevo solos a sus casas.
Y la tercera parte es la noche del primer día, la rutina, la soledad, los pendientes del año anterior, las incertidumbres del nuevo año, los compromisos de corto plazo, las deudas, las ausencias...
En mi caso estoy aprendiendo a manejar la soledad, es mi principal reto y problema. Ser capaz de sentirme feliz, pleno, realizado en medio de mi soledad. Debo fortalecer mi espíritu y con devoción y oración poder organizar mi vida para estar solo.
Hay quienes logran llegar ebrios a la primera noche del año, porque no paran de beber desde el 31 de diciembre y siguen hasta que el cuerpo les aguanta. Es una buena opción, porque el licor oculta la realidad. Pero es una pésima solución. Lo mejor es enfrentar sobrios la realidad desde el primer día del año.
Y desde el primer día conviene honrar promesas y propósitos, aunque hacerlo sea doloroso. Ojalá Dios nos de fortaleza para lograrlo.
Y siempre, como cualquier día, hay cosas que esperamos y no siempre se dan. Uno podría forzar para que suceda, pero lo mejor es aceptar y manejar la tristeza y la ausencia...
Ojalá Dios nos guíe para no equivocarnos este año y lograr la felicidad!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Libertad de expresión pero con identificación. Díme quién éres y comenta este blog...